Tengo en la cabeza una frase de Herman Hesse que siempre me gustó de su libro Demian.
“El que quiere nacer tiene que destruir un mundo”
Y ahí se me hace una especie de nube y no me acuerdo cómo sigue…
Son los años pienso, entonces dejo el mate, voy a mi biblioteca, revuelvo entre los libros hasta que lo encuentro y leo algo que ya tengo subrayado desde tiempos remotos: “destrucción de un mundo, superación de una moral a favor de una poderosa vida interior reprimida, liberación definitiva de una herencia, una educación y un pasado”
Evidentemente desde que subrayé ese párrafo en mí ya ardía esta cuestión.
Hoy ya no arde, hoy brilla.
He roto el cascarón como un pájaro desesperado, pero antes he naufragado adentro de ese huevo creyendo que iba a morir ahogada en cualquier momento.
Por momentos me invade cierta rabia desolada al pensar en cómo esperé tanto tiempo. Cómo no pude romperlo antes, cómo soporté los estereotipos sociales que me fueron encerrando sin mandar todo al diablo antes y ser yo, como era yo. Sin detenerme a pensar qué era lo que se esperaba de mí, o cómo debía ser yo, o lo que debía hacer yo, según las expectativas de quienes me querían. Cómo no se me ocurrió pensar que me iban a seguir queriendo igual o incluso más, si me dejaba de mover en esa marea melancólica que me sumía el hecho de ser a medias.
No sé, no encuentro más respuestas que el miedo al fracaso, el miedo a no ser querida, la cobardía.
La cáscara demasiado dura, mi pico demasiado blando, yo qué se…
Eso ya fue, lo cierto es que he roto el cascarón en estos días, este último tiempo me lo he pasado dándole duro con mi pico a una pared de calcio que parecía irrompible, hasta abrir una grieta y por allí salir.
Volver a nacer.
Nacer de nuevo a mis años que son bastantes, es glorioso, sobretodo porque muchísimas veces me sentí muerta, entonces por momentos me desconcierto al verme casi en pañales y aprendiendo a caminar, cayéndome, poniéndome de pie, tropezando. Y a hablar y a reír de nuevo, me emociona y me quedo en silencio sintiéndome así, nueva, como de estreno.
Dándome un abrazo a mi misma, quieta, en cualquier lado, como si estuviera feliz de haberme encontrado.
Sucedió lo siguiente.
Dejé de escribir a escondidas, en cuadernos guardados en cajones, saqué mi escritura, primero en el blog, después en un taller literario que me hizo fortalecer el pico y finalmente al sacarla a la calle la he dejado totalmente libre.
Esta es mi historia, simple, pequeñita, auténtica.
No busco ser una escritora famosa, ni reconocida, ni nada de eso, para eso hay que tener un gran talento y un golpe de suerte, yo sólo busco compartir lo que me fascina, porque siento que al hacerlo me siento mas fuerte.
Dando pequeños pasitos, he podido hacerlo.
Este mes he pasado por una etapa que ha sido importantísima para mí que soy tímida hasta los huesos.
Con nuestro grupo
Las Hacedoras, hemos ido por un par de bares, leyendo en público nuestros textos, llevando nuestros libros artesanales hechos con nuestras propias manos, hemos improvisado, hemos alucinado, hemos creado momentos que me han dejado un buen sabor en la boca.
¡Y ni hablar del sabor de mi corazón, no puede estar más rico!
Gracias a ustedes amigos del blog y de la vida por caminar junto a mí todo este tiempo.
Gracias Elsa, Ayelén y Karina, por estos días nuevos.
Gracias pico por no bajar los brazos y romper el cascarón.